Al llegar el fin de año me llega el espíritu reflexivo, ver hacia atrás, analizar logros y desafíos, y de pronto a mi memoria llegan las mujeres que participamos en la política. En los últimos 40 años ha habido diez mujeres presidentas en América Latina. Voy a recordar a cada una de ellas como forma de rendirles un pequeño homenaje.
Janet Camilo, ministra de la Mujer de República Dominicana
Isabel Martínez de Perón, Lidia Gueiler Tejada, Ertha Pascal-Trovillot, Violeta Chamorro, Janet Rosemberg Jagan, Rosalía Arteaga, Mireya Elisa Moscoso Rodríguez, Cristina Fernández de Kirchner, Laura Chinchilla, Dilma Rousseff, Michelle Bachelet.
En el Caribe, además, son varias las mujeres que han llegado al cargo de primera ministra. La primera fue Dame Eugenia Charles, de Dominica, en 1980, y más recientemente tanto Jamaica, con Portia Simpson Miller, como Trinidad y Tobago, con Kamla Persad-Bissessar, han sido países con mujeres al frente de sus gobiernos.
América Latina ha vuelto a una situación que le era ajena desde hace más de una década: todos los países de la región están presididos por hombres.
Cuando Bachelet asumió su primer mandato en 2006, América Latina parecía cambiar su historia de domino masculino absoluto en los cargos más altos de poder.
Al año siguiente ocurrió la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en las presidenciales de Argentina y en 2010 la tendencia se afianzó con la elección de Dilma Rousseff en Brasil y de Laura Chinchilla en Costa Rica.
De pronto, la región sorprendía al mundo como un lugar donde la igualdad de género en la política se volvía algo más que un simple eslogan, pese a su vieja tradición machista.
Pero ahora América Latina se ha quedado de un día para el otro sin presidentas por un tiempo desconocido, y corremos el riesgo de desandar, al menos, parte del camino recorrido hasta ahora para empoderar a las mujeres.
En América Latina existe actualmente un movimiento fuerte que quiere que las mujeres regresemos a casa a cuidar a nuestros niños y nada más: son fuerzas conservadoras que están contra la igualdad entre hombres y mujeres.
Es una realidad que tiene que ver con que de pronto las mujeres avanzaron mucho y asustaron a todos. Hay una reacción en los partidos políticos que dicen: ¿Por qué tienen que ser mujeres?
Es como respuesta a esta simple pregunta que surgen los actos, las acciones de violencia política. Esta violencia política hacia las mujeres que se encuentra tan normalizada que es invisible y aceptada.
La violencia política contra las mujeres comprende todas aquellas acciones y omisiones -incluida la tolerancia- que, tengan por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce y/o ejercicio de los derechos políticos o de las prerrogativas inherentes a un cargo público.
Este tipo de violencia puede ocurrir en cualquier ámbito, tanto público como privado. Puede ser simbólica, verbal, patrimonial, económica, psicológica, física y sexual.
Lamentablemente, en todos los países de América Latina y Caribe existen pocos casos documentados de violencia política contra las mujeres con elementos de género. Esto se debe, entre otras cuestiones, a que las mujeres no denuncian porque no existe un conocimiento socializado respecto de la violencia política, sus alcances y las formas de sancionarla.
La violencia política afecta el derecho de las mujeres a ejercer el voto y a ser electas en los procesos electorales; afecta, también, a su desarrollo en la escena pública, ya sea como militantes en los partidos, aspirantes a candidatas a un cargo de elección popular, a puestos de dirigencia al interior de sus formaciones políticas o en el propio ejercicio de un cargo público.
Podemos afirmar que la clave para alcanzar la paridad en la participación la tienen los partidos políticos. Los partidos políticos son la plataforma sin la cual las mujeres no podemos tener acceso, en igualdad de condiciones, por un lado, a la toma de decisiones políticas en el seno de los propios partidos y, por otro, a optar por cargos de elección en cualquiera de sus niveles: ayuntamientos, senados, cámaras de diputados y presidencias.
Este fin de año me deja claro, y que no les quepa ninguna duda, que si los partidos políticos no hacen propia la necesidad de, no sólo promover, sino asegurar la participación de la mujer en sus órganos de dirección y de toma de decisión, la democracia no será plena, no será representativa del conjunto de la ciudadanía y no tendrá la fortaleza necesaria para asumir los retos y desafíos del futuro.
Sin mujeres no hay democracia.
NOTA: Este artículo forma parte del servicio de firmas de la Agencia EFE al que contribuyen diversas personalidades, cuyos trabajos reflejan exclusivamente las opiniones y puntos de vista de sus autores.